PARA LA CUARESMA 2023.

marzo 2023

Con maitines de mirlos a la luna y ladridos de diana centinela, el alba amanece de aire de jacintos malvas, de miércoles de ceniza, cuajado de almendros florecidos en los barrancos del Verdolay. El invierno de nieves ha movido las tierras, ha lavado laderas, arrancando algún pino, deslizando piedras hacia las cunetas, a las periferias de la vida, embarrando caminos. Los hielos se bebieron los fríos y ahora el níveo verso del invierno breve, se ha encaramado a los almendros olvidados en las entretelas huecas de la sierra. Un rezo de soles matutinos, levanta la mañana con auroros añejos de la huerta: “porque me ha vestido con un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo... Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos.” (Is, 61,9-11).

El aderezo ahumado de nieblas de la Cresta del Gallo, serpentea la cuesta a la Fuensanta, senderos en pos del desierto de los días, huídos de la esclavitud del Egipto diario, pan de cada día, solado de sudor y de pateras marineras, de pinos y carrascos, de brezos y palmeras, pedigüeñas de primaveras al levante, en fín, de una cuaresma nueva.

”Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus opresores, pues he conocido sus angustias” (Ex 3,7). Entre tantos ruidos dichos y discursos mudos, Dios escucha la voz de los humildes: perdidos en riadas, arropados con fríos desamparados, de violencias de género sin cuento, de niños repartidos en custodias descuidadas, de hombres sin jornal, de pensiones flacas, de hambres ahítas, de soledades convividas con hilvanes frágiles, ahogados con lágrimas sin pañuelos, de enfermedades sin causa, ni culpa.... a contra tiempo.

El sol se despereza como un centinela celoso de su turno y una perdíz canta con ronca hermosura un salmo: “porque es esterna su misericordia” (Sal 117,1). La cuaresma nos deja dejar la espuerta de la esclavitud, olvidar levaduras, volver a pedir prestado  y ponernos en camino, envueltos en una nube de zozobras seguras sólo de su voz. Su voz: una palabra que te busca en la noche, partiendo por el medio la vida y nos hace pasar por en medio del mar, a pie enjuto. Libres de los yugos que nos atan a redes que nos atrapan en necesidades jamás necesarias.

La cuaresma nos empuja al camino y nos obliga a cantar: “Hacia tí morada santa, hacía ti, tierra de salvación.  Peregrinos, caminantes, vamos hacia ti”. Un jilgero en al naranjo de la fuente, riega la huerta al bisbeo del agua del Segura, que besa surcos mendicantes siempre de trasvases insaciables. El alma se nos ha secado como una teja al sol, por eso, pedimos agua y Dios  hace brotar manantiales de la Roca, junto a la fuente de Meribá: “Ojalá escuchéis hoy su voz: No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras” (Sal 94).

La lengua se nos pega al paladar de tanto comer un pan sin gracia, maná llovido en el rocío amanecido, seguro pero insulso... y pedimos más y nos lloverán codornices, para saciar el hambre, para tener más sed... y los lirios morados de las acequias cantan: “no podemos caminar, con hambre bajo el  sol, danos siempre de ese pan: tu cuerpo y sangre Señor.”

La Iglesia de la mano de la liturgia reza: “Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris”... (Recuerda hombre, que eres polvo y en polvo te convertirás), y la ceniza se vierte sobre la frente, enfrentándonos a la criatura que somos y de la que tantas veces queremos desnudarnos. La Iglesia  nos tizna, experta en humanidad, para que vayamos al desierto con el Hijo del Hombre, que con su ayuno tentado consagró nuestra cuarema: “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. (Mt 4,4) 

Salimos a la cuaresma manchados de ceniza; como al salir de Egipto, la sangre había untado las jambas de las puertas con la sangre del cordero sacrificado para la primera Pascua. Hasta que, en la nueva y única Pascua, “en la sala superior” (Mc 14,13-15), te has abierto, Señor, como un cordero santo, de lado a lado del costado, como el pan acimado. Tú, Señor, cordero sin mancha que quita los pecados del mundo, lavándonos en un vino de mosto aguado: ¡Esta es nuestra fiesta, es la noche de la Pascua!   

Todo se precipita en el sacramento de los cuarenta días: nos agostas en el desierto (I domingo) y nos deslumbras en en Tabor (II domingo), te haces agua en el pozo de la Samaritana (III domingo), te enciendes de luz en el ciego de nacimiento (IV domingo), y despiertas del sueño de muerte a Lázaro, el amigo, (V domingo).

Qué bautismal cuaresma de ayunos y sorpresas, de agua, luz y vida, de palmas, de esponjas de nardo, de besos por toalla, de noches de olivos, de mañana de palmas sobre un mar empedrado de mantos entrando en Jerusalén, con el Capataz de los pobres: “despacio, muy poquito a poco, pasito a paso... la izquierda atrás, derecho... bien, vámonos valiente: Nazareno del hombre hacia el Dios de los cielos”.

Jesús, el Maestro, entra por la puertas cerradas de los muros impagados de siempre, encalados de codicias mentirosas, de encuestas construidas, de votos inmaduros, de la codicia que corrompe, del pecado que se sabe muerto, pero intenta morder, aunque ya desdentado, y muerde...  “¡Mujer, no le conozco!.. ¡Hombre, no sé de que me hablas!... Y el Señor se volvió y miró a Pedro”. (Lc 22,54-62)

No vas sólo Señor, nos quedamos dormidos en el huerto, pero hemos llegado a tiempo, para negarte sí, pero contigo: “quienes son estos, y de dónde han venido... estos son los que vienen de la gran tribulación y han lavado sus vestiduras en la sangre del Cordero” (Ap. 7,13-14).... Vienen huyendo de los miedos de las bombas amigas del enemigo, piden refugio en tiendas de papel para “sin papeles”, navegan en pateras de cáscara de nuez, agavillados por la soledad del mar y de sus noches... vienen descalzos pisando los mantos tendidos al paso del Mesías, que viene a tí, Jerusalén, como Rey de paz: Decid a la hija de Sión: Mira a tu Rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila”.(Zac 9,9)

Jesús, el Hijo del Hombre, entra levantando dinteles, alzando puertas, descerrojando cárceles y juicios de los Poncio Pilatos de turno de oficio: “He aquí el hombre” (Jn 19,5) Creían haber encontrado un dios de juguete con el que jugar a los dados las competencias del poder del Herodes cobarde de aquella hora y de la hora nuestra... Pero hay alguien en la masa aborregada que grita: “no tenemos más Rey que el Cesar” (Jn 19,15) y le siguen como al flautista de trenza que prefiere un Dios crucificado, en silencio, mudo y desnudo hasta que por fín, cuando hablan las piedras, al cabo de la calle, el corazón de un ladrón bueno revienta de esperanza al escuchar estupefecto: “Hoy estarás conmigo en el Paraiso” (Lc 23,43).

Qué duro el pedernal del empedrado camino de la vida, qué empinada la cuesta al Gólgota, qué angosta la Via Dolorosa de nuestras calles de alquitrán... cuánto pesa el pecado que nos apresa en el miedo de siempre para decir la verdad a los cuatro vientos, las cuatro verdades de la vida: Pilatos entonces le dijo: ¿Así que tú eres rey? Jesús respondió: Tú dices que soy rey. Para esto yo he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.” (Jn 18,37)

Cornetas y tambores, torrijas enmeladas y pestiños, potajes de acelgas y espinacas de cuaresma... Un gallo, a la hora de nona, reza viacrucis al toque de campana del Convento. En Jumilla, los bancales encalados de flor de almendro, van de estación a estación, de dolor a dolor, jalonando viernes morados con voces de compasión del “Siervo sufriente, Varón de dolores” (Is 53,3)..., del Jesús siempre amarrado a la columna que baja el Domingo de Ramos, anunciando una mañana florida, al tercer día, de Domingo de Pascua, desatando los nudos del pecado con toda la gracia de la misericordia... Y los montes y las huertas, las sierras y la Iglesia con toda la alegría de la fe, anunciarán: “no está aquí, ha resucitado, mirad el lugar donde lo pusieron” (Mt. 28,6)

María de Jesús de Nazaret, Madre de la Cuaresma, Señora del Cristo de Pascua guarda mi oración malva, de cuaresma, de hojas de huerta seca de poemas: ¡Ojala Señor, mi corazón se mueva, como la flor al viento, y se ponga en camino penitente, con el alma descalza, disposición sincera, por la cuaresma vieja; para cenar contigo, Señor, la Pascua nueva, en esta luna llena! Amén.